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La documenta 7 de Kassel (1982), comisariada por Rudi Fuchs, ha recibido multitud de lecturas, pero la mayoría de las realizadas en España coincidieron al afirmar que se trató del fenómeno internacional que confirmó el triunfo de la pintura y del mercado del arte frente a otras manifestaciones artísticas, como el povera o el arte conceptual, relegadas así a simples coyunturas del pasado. Una tesis que marcaría el devenir del arte de toda esa década y que, sin embargo, vista en el marco de dicha época, puede ser interrogada.
Rudi Fuchs, en su texto introductorio incluido en el catálogo de la exposición, renunciaba a poner un título a la muestra, tras desechar El barco ebrio, en alusión a Le bateau ivre, poema de Arthur Rimbaud que aludiría a la deriva de un arte que navega sin un rumbo fijo, al margen de «las guerras de estilo».
Si bien es cierto que la pintura de la transvanguardia italiana o del nuevo expresionismo alemán constituyeron el bloque de mayor peso dentro de la propuesta, junto a ellas se mostraron manifestaciones muy diversas. El arte povera italiano, el postminimalismo norteamericano y artistas conceptuales como Marcel Broodthaers tuvieron especial presencia. Obras de creadores que investigaban lo performativo desde diferentes lenguajes, como Martha Rosler, Joseph Beuys o Franz Erhard Walther, dialogaban con ellos. El arte del vídeo tuvo una única, pero nada inadvertida, representante, la artista norteamericana Dara Birnbaum, quien aportó su instalación PM Magazine (1982). Más que un triunfo de la pintura, se podría analizar como una exaltación del eclecticismo. La ausencia de hegemonías terminó por traducirse en un «todo vale», interpretado por una parte de la historiografía como un giro hacia valores conservadores, donde la ausencia de la historia y de la crítica, así como la recuperación del individualismo artístico, se correspondían con una realidad social y política dominada por la era Reagan-Thacher de la llamada New Right.
En Kassel convivieron una mezcla de géneros, estilos y generaciones de artistas, marcando una tendencia hacia cierta visión lírica o «romántica» que, en aquel momento, en España se personalizó en la figura del joven Miquel Barceló, único español seleccionado por Fuchs. Barceló se erigió, junto a otros pintores de diferentes generaciones, en punta de lanza de un proceso de imparable desarrollo del mercado del arte en la nueva España democrática, donde «la larga marcha hacia las instituciones» abrazaba una oficialidad que reemplazara finalmente las luchas sociales contra el franquismo. En este contexto, la creación e impulso
de la feria ARCO, la política de exposiciones de Carmen Giménez como directora del Centro Nacional de Exposiciones o la creación del Centro de Arte Reina Sofía, proyecto en el que Rudi Fuchs fue convocado como asesor, configuran buena parte del panorama del arte de la década de los ochenta en nuestro país.