Sala 001.06
A principios de los años ochenta, el VIH se identifica públicamente y se considera responsable de decenas de miles de muertes en todo el mundo. Por lo común asociado a la homosexualidad masculina y al consumo de drogas duras, la estigmatización del sida contribuye a la desinformación y a la rápida circulación del virus. Ante la renuencia de los gobiernos a reconocer la pandemia y buscar tratamientos a la enfermedad, surgen colectivos que se manifiestan a favor de una política no discriminatoria y de cuidados para los seropositivos. Muchos artistas, algunos contagiados por el virus, se involucran en estas acciones reivindicativas.
Toda una generación está marcada por el VIH. Sin embargo, el sida, que todavía hoy afecta a millones de personas y causa miles de muertes cada año, acaba asociado a lo marginal. La pandemia traza nuevos límites de identidad, geopolíticos y subjetivos. El origen del contagio humano en África a través de chimpancés y las circunstancias de transmisión del virus refuerzan el prejuicio relacionado con la enfermedad, llamada «peste gay», así como la asociación moralista del placer con la muerte.
En su manifiesto Hablo por mi diferencia, el escritor y artista chileno Pedro Lemebel se enfrenta a la actitud homófoba de la izquierda y reivindica la importancia del deseo en lo político. Leído por primera vez en 1986, en un acto del Partido Comunista, su texto menciona los sidarios de Cuba, lugares de internamiento reservados a los homosexuales. En 1987, Lemebel funda con Francisco Casas el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis. La presencia de sus cuerpos en las acciones planteadas por la pareja les sirve para hablar de identidad y sexualidad y para criticar las posiciones conservadoras dominantes en el contexto chileno. En Las dos Fridas (1989), acción inspirada en la pintura homónima de Frida Kahlo, dibujan en sus torsos desnudos corazones y sondas de transfusión de sangre. Utilizan el travestismo como estrategia para cuestionar las identidades sexuales impuestas por el aparato oficial del régimen establecido.
José Leonilson, Feliciano Centurión y Pepe Espaliú también hablan en primera persona de amor, deseo y dolor. Sus obras intimistas registran el paso de la enfermedad por sus cuerpos y ofrecen una contranarrativa a la lectura del VIH en los medios de comunicación. En 1993, a los tres años del diagnóstico y con solo 36 de edad, Leonilson muere de sida. Promesa de la Geração 80 (Generación de los 80) del arte brasileño, su condición de seropositivo define una producción cada vez más autobiográfica. Sus delicados tejidos escritos y bordados son como diarios, cargados de melancolía y acidez. «La ternura es polvo», escribe con hilo y aguja en El día del héroe, obra que da título a esta sala. El aspecto táctil y la presencia de un cuerpo ausente o debilitado también está en los dibujos y esculturas del español Pepe Espaliú, así como en las coloridas mantas de Feliciano Centurión. Esas frazadas, obras en las que lo afectivo es político, aplican a objetos cotidianos saberes manuales adquiridos en una infancia marcada por figuras femeninas y contienen referencias populares de su Paraguay natal.