Sala 203.02
La ciudad moderna dio paso a la mujer moderna que, en los años veinte y treinta, se convirtió en fenómeno social. En España esta imagen se correspondió con los cambios en los mercados laborales urbanos y la ampliación de una clase media compuesta por profesionales cualificadas cuyos niveles de vida, hábitos y expectativas sociales fueron portaestandartes de la modernidad. Sin embargo, en España no existió un marco cultural en el que contextualizar profesionalmente a las mujeres en el arte hasta bien entrado el siglo XX, por lo que la historia de las mujeres artistas en nuestro país está compuesta por una lista de excepciones con características vitales específicas.
Aunque en las grandes ciudades las mujeres de las clases menos pudientes ya se habían incorporado de manera general al trabajo, la génesis de la mujer moderna tiene que ver con la profesionalización de las mujeres pertenecientes a la clase media-alta. Este grupo, inicialmente reducido, consiguió, gracias a sus circunstancias excepcionales, emprender un camino personal que pasaba necesariamente por su emancipación. Por ejemplo, María Blanchard pudo viajar sola a París, cosa que sus compañeros varones hacían con normalidad, lo que resultó crucial para el desarrollo de su carrera artística. Su obra, La comulgante (1914), que se puede ver en esta sala, es representativa de los condicionantes a los que se enfrentaba la mujer de su época, infantilizada y atrapada en un sistema simbólico con el que no podía sino comulgar y en el que su función era ser observada. En este sentido, es interesante la proliferación de autorretratos en el trabajo de las artistas de la época, que nos habla de la búsqueda de una imagen propia que se conforma al margen de la mirada masculina.
Pero, más allá de su imagen, la mujer moderna era consciente del papel de la educación en la emancipación femenina, convirtiéndose esta en foco de atención y debate. La necesidad de centros educativos específicos para mujeres hizo posible, dentro de la órbita del krausismo, la creación de la Residencia de Señoritas, un proyecto dirigido por mujeres como María de Maeztu y cuyo objetivo era impulsar la educación superior femenina. Desde allí surgieron otras iniciativas como el Lyceum Club, una asociación que se convirtió en centro de discusión y lugar de encuentro para las mujeres modernas de la época. El cuadro de Ángeles Santos, Tertulia (1929), ejemplifica el espíritu de hermandad del lugar, donde la misma artista expuso su obra. Sin embargo, incluso para esta institución feminista, era siempre más recomendable que la mujer artista se centrara en géneros como la decoración, la escenografía, el arte textil o la ilustración.
En esta línea, el I Salón de Dibujantas que tuvo lugar en el Lyceum Club en 1931 fue un hito, puesto que recogió los trabajos realizados por mujeres para los periódicos más importantes del momento. La ilustración era un medio de vida para muchas mujeres, entre ellas Delhy Tejero, Pitti Bartolozzi o Rosario de Velasco, que realizaban este tipo de trabajos con asiduidad. En la sala se reivindican estos materiales, considerados por la historiografía tradicional como secundarios, ya que sin ellos no se puede entender la trayectoria de estas artistas ni construir una historia del arte feminista o subalterna.