En la carrera artística de Julio González (Barcelona, 1876-Arcueil, Francia, 1942) se advierten dos etapas separadas por los años 1927-1929, momento de su colaboración con Pablo Picasso. La primera está marcada por su formación como orfebre y la práctica de la pintura mientras que, en la segunda, se produce su dedicación final por la escultura.
Esta exposición consta de ciento veinte dibujos integrados en la Colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y se complementa con una selección de diez esculturas y esmaltes también de la Colección. La cronología de la exposición arranca con sus primeros dibujos realizados en París -aunque por estilo e iconografía remiten al espíritu modernista barcelonés de comienzo de siglo- y llega hasta sus últimos bocetos, datados en 1942. Se pretende reivindicar con ello el papel del dibujo en el trabajo de González y señalar la relevancia como complemento a la pintura y la escultura. Este aspecto es evidente en un primer momento, pero se difumina al evolucionar hacia una escultura abstracta y analítica a finales de los años veinte, caracterizada por el dibujo de nuevas formas, como en Personaje extraño (1934) o en Personaje de ciencia-ficción (1934).
El propio artista declara que el auténtico problema del arte “no es solamente el deseo de hacer una obra armoniosa… Sino obtenerlo por el matrimonio de la materia y del espacio, por la unión de formas reales con formas imaginarias, obtenidas o sugeridas por puntos establecidos o por perforaciones”. De este modo, cuando afianza su fórmula de “dibujar en el espacio”, el papel del dibujo cambia, dado que ya no se trata de dibujos preparatorios.
A este respecto, la especialista en arte contemporáneo Margit Rowell apunta que González acaba por “reconocer la diferencia entre una imagen pictóricamente lograda y una obra plenamente escultural, no sólo en función de su tridimensionalidad, sino más bien en función de la relación entre la imagen, el material, la técnica y el espacio. Para él, la noción de “dibujar en el espacio” hacía referencia al proceso directo de trabajar sobre el metal”. Como resultado, sus dibujos -especialmente al final de su vida- tienen valor autónomo, son obras en sí mismas, como ocurre con Mascara humor I (1940)
Los dibujos seleccionados para esta exposición ponen de manifiesto la maestría de González en el manejo de distintas técnicas como: aguada, tinta china, plumilla, lápiz o lápices de colores. Además, estos dibujos son un ejemplo de su iconografía más característica, dominada por la figura femenina a través de la representación de desnudos, maternidades o momentos de aseo y por el predominio de las máscaras y retratos, a lo que se unen sus habituales escenas de trabajo en el campo.
Datos de la exposición
Fundación Marcelino Botín, Santander (13 junio - agosto, 1995); Culturgest, Lisboa (17 abril - 16 junio, 1996); Academia de España, Roma (10 marzo - 30 abril, 2000)