Sala 400.04
La vanguardia «frívola» en la postguerra

En contraposición a la carestía y la represión propias de la postguerra, existe una imagen paralela que se identifica con algunos espacios periféricos de las grandes ciudades en los que se dan acontecimientos «sin importancia» y, por tanto, sin el control represivo del Estado. El circo, las ferias, el cine, el teatro de varietés y los clubes nocturnos se convierten en lugares de escapismo desde los que resistir las penurias de la autarquía fascista. Los artistas aprovechan estos espacios para connectarse con las vanguardias, recuperando el vínculo del surrealismo con lo popular y explotando el potencial político del humor.

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En contraposición a la carestía y la represión propias de la postguerra, existe una imagen paralela que se identifica con algunos espacios periféricos de las grandes ciudades en los que se dan acontecimientos «sin importancia» y, por tanto, sin el control represivo del Estado. El circo, las ferias, el cine, el teatro de varietés y los clubes nocturnos se convierten en lugares de escapismo desde los que resistir las penurias de la autarquía fascista. Los artistas aprovechan estos espacios para connectarse con las vanguardias, recuperando el vínculo del surrealismo con lo popular y explotando el potencial político del humor.

En la postguerra se instala un clima general de miedo que viene acompañado de escasez y penurias para la inmensa mayoría de la población. Como única escapatoria a una rutina represiva basada a menudo en la mera supervivencia, se recurre a espacios al margen de la autoridad, que abarcan desde el circo al club nocturno. Espacios que, a su vez, los artistas convierten en lugar de encuentro y tema central de su obra. Caracterizados como «frívolos» por Jordana Mendelson, estos eventos populares suponen, en palabras de la historiadora, «uno de los terrenos más importantes para el cultivo de una forma de contracultura, un espacio común alternativo, capaz de tender puentes entre el antes y el después, entre arriba y abajo, la masa y las élites, lo nacional y lo extranjero».

Frente a la lectura más tradicional de este periodo, centrada en el estudio de los acontecimientos oficiales o en la existencia de grupos culturales de influencia, como los salones de Eugeni d’Ors, se propone, mediante la reunión de materiales muy diversos, apelar al clima emocional y afectivo, económico y social, de una época, atravesando transversalmente la «alta» y la «baja» cultura. Así, la obra de Ángel Ferrant que se muestra en sala, Maniquí (1946), fue un encargo de la peletería Lobel para su escaparate, aunque también fue expuesta en la Galería Clan en noviembre de 1947. Por otra parte, el potencial subversivo del humor, que, como recuerda la comisaria Mery Cuesta, se hace instrumental en las vanguardias para luchar contra las convenciones sociales de la época, cobra en este periodo especial importancia, abarcando el teatro (con Francisco Nieva), el cine (con Edgar Neville) o el mundo editorial (con la publicación de La Codorniz). En la sala se muestran algunas de las portadas de Enrique Herreros para esta publicación, así como su serie de estampas La tauromaquia de la muerte (1946).

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